Cruz Novillo: «Me ha gustado buscarle las cosquillas al diseño y al arte»
Buena parte de la imagen corporativa de la España que despertaba a la democracia se debe al diseñador Cruz Novillo. Este se reivindica como artista en la galería madrileña Fernando Pradilla
Hay una canción del grupo Astrud cuya letra dice «Hay un hombre en España que lo hace todo», y que bien podría ser aplicada a la labor creativa desarrollada por José María Cruz Novillo (Cuenca, 1936) durante las últimas siete décadas…
No en vano, esta composición es empleada como banda sonora del documental El hombre que diseñó España que Andrea G. Bermejo y Miguel Larraya dedicaron al manchego el año pasado, y que ejemplifica a la perfección la tarea de uno de los diseñadores más prolíficos y, también, más fijados en la memoria del ciudadano medio (aunque este no sea capaz de asociar su nombre a su trabajo) en nuestro país.
Imposible que pase un día sin que «consumamos» visualmente alguno de sus productos: de los logotipos de Renfe, el PSOE o Correos, a las antiguas marcas de Endesa, A3 o Repsol. Suya es la imagen corporativa y hasta la bandera de la Comunidad de Madrid. Los más viejos del lugar todavía «manejaron» los billetes de peseta que circularon desde 1979 (el «verde» de Galdós, el «rojo» de Juan Ramón Jiménez, el azul de diez mil cucas que ya incluía al futuro Felipe VI…), y los cinéfilos se habrán topado con sus carteles de cine (un ámbito en el que terminó especializándose), de La escopeta nacional a Mamá cumple cien años o El espíritu de la Colmena.
Les cuento como anécdota, por ejemplo, que la libertad con la que trabajaba este profesional (y su buen ojo) es responsable no sólo de que el logo de la Policía Nacional actual tenga vigencia, sino también de que este cuerpo cambiara el color parduzco de su uniforme (y que le valió, entre otras cosas, el mote de «maderos») al actual azul oscuro. Era el pantone que mejor le venía. Sin duda, hay un hombre en España que lo hizo todo…
Sin embargo, ese hombre, que se sigue definiendo a sí mismo como «dibujante de publicidad», dio pie a un creador plástico que se sintió cómodo en los ámbitos de la abstracción geométrica y que con el tiempo se identificó con el conceptual. Una faceta que es la que ahora reivindica la galería Fernando Pradilla con la muestra Las dos dimensiones y media (bajo la batuta de Alfonso de la Torre) y que en unos meses reforzará una antológica en el Palacio de Quintanar de Segovia, comisariada por Miguel Cereceda.
El taller de Cruz Novillo hoy en Madrid (sede del estudio de diseño Cruz más Cruz, en el que el trabaja mano con mano con su hijo Pepe Cruz) es –y no exagero– un museo de la Historia en iconos de nuestro país. Desde allí, este autor reconoce la imposibilidad de separar su faceta de artista de la de diseñador: «Son resultados heterogéneos en función de las crisis creativas planteadas, lo que ha dado pie a buenos resultados. Estoy contento con lo logrado», señala.
Precisamente esta cuestión, la de la continua tensión dialéctica entre arte y diseño, ocupó el contenido de su discurso de ingreso como académico electo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 2009: «Mi trabajo como diseñador se enrosca sobre sí mismo, yendo del concepto al objeto bidimensional, y de ahí al tridimensional, con toda naturalidad. Con la misma naturalidad con la que mi obra como artista va de la idea al dibujo, del dibujo a la pintura, de la pintura a la escultura, de la escultura a los sonidos y, volviendo al principio, convirtiéndose el proceso en la esencia misma de la obra».
En ese documental antes comentado, Cruz Novillo define el arte como un viaje de ida, y el diseño, como viaje de vuelta («es un juego de palabras que me define», me confiesa ahora), y en el que expone cómo, pese a la sólida trayectoria labrada en ese segundo campo (Premio Nacional en 1997), a él lo que le gustaría es ser recordado como artista: «No creo haber creado nunca cosas funcionales o para que sean bien leídas. Ni siquiera mis diseños perseguían dar soluciones a problemas de función. Siempre me he movido más en lo poético, en lo emocional, y por eso considero que lo mío se articula mejor en el ámbito de lo artístico que en el del diseño».
«Siempre me ha gustado buscarle las cosquillas al diseño y al arte», me reconoce. Y dentro del arte, quizás la escultura ha sido un territorio expansivo en el que se ha sentido cómodo. Lo tridimensional está ya presente en el primer encargo que en 1964 su propia empresa de publicidad, Clarín, le hace en Madrid para felicitar las navidades a sus clientes. Su respuesta como christmas son figuritas de belén encapsuladas en plexiglás, un material que acaba de llegar a España. Sin duda, fue siempre un visionario. Y poco tiempo después, en la cola de la comisaría de la calle Santa Engracia, cuando le toca renovar el DNI, toma una decisión capital: pedirle a la funcionaria que le cambie la profesión de «dibujante» por la de «escultor»…Cruz Novillo es así –y lo repite ahora en su estudio– «un artista que se ha dedicado al diseño». «Y yo nunca le he oído definirse en sentido contrario –confirma su hijo Pepe–. Es más: con el humor que le caracteriza y reivindicando como hace ahora su faceta como dibujante de publicidad, un dibujante que se inició en Cuenca con 14 años, dedicando los sábados a pintar paisajes y a sus compañeros de clase, alguna vez a dicho que le gustaría retirarse como pintor de caricaturas de turistas en Ibiza, nuestro lugar de veraneo».
Precisamente la escultura es la base de la exposición actual en Madrid, que además recoge piezas de dos capítulos básicos en su trayectoria como artista: su primera individual en 1972 en la galería Skira de Madrid y su paso por la XIV Bienal de Sao Paulo de 1977, comisariado por Luis González Robles. En ambos casos, el creador dejará claro ya la importancia del color, del movimiento, de la implicación del espectador. Del papel del espacio para el necesario dinamismo y desarrollo de las obras. Cruz Novillo será desde entonces un «escultor postdadaísta» que trabaja «con todas las materias, incluidos los sonidos».
No sabemos sí, con trabajos de diseño tan potentes que han soportado el peso de 40 años, las generaciones futuras lo recordarán como artista, pero sí que puede apuntarse dos tantos. El primero, ser el autor de la obra de arte «más larga» de la Historia. Se trata de Opus 14. Diafragma dodecafónico, una reacción a la crítica que recibía constantemente por su tendencia a repetirse al utilizar combinaciones de elementos en sus series. Esta obra nace de forma analógica sobre las doce teclas –correspondientes a la escala musical dodecafónica– de un viejo órgano Casio, cuya combinatoria –de doce en doce, asignando a cada nota un color, asignando a cada combinación doce segundos– da lugar a una obra visual y sonora que comenzó en 2010 y que acabará… dentro de 3,4 millones de años. Proyectada en el estudio (alojada en un servidor, es accesible desde cualquier dispositivo móvil), descubro que estoy en su versión 28.715.247. Si espero a llegar al final de la megatrillonada de combinaciones (perdónenme los puristas: soy de letras), me aseguran que seré invitado a un cocktail. «¿Infinita? Mi obra no es infinita. Infinitas son Las Meninas. Mi pieza, antes o después, acabará».
También es autor de una de las obras más grandes del mundo, la fachada del Instituto Nacional de Estadística en Tetuán, donde la asignación de un color a cada número del 0 al 9 da pie a la traducción cromática de más de 58 datos estadísticos de nuestro país desde sus balcones (habitantes, PIB, superficie…).
La modestia lleva a su autor a decir que sus mejores proyectos nacieron simplemente de tener un buen día. «Los malos, lo mejor era ponerse el sombrero y salir a pasear». Y sus obras más rotundas («las hay claras, como los logos del PSOE o Correos») no necesariamente han coincidido con sus favoritas. A la que regresa últimamente mucho es a La cuadratura del círculo (1965), una escultura conformada por 16 cubos de madera en la que, sobre una superficie blanca, se reproduce un círculo por un lado y un cuadrado por el otro. También son innumerables sus combinaciones, que, desde 2014, y en su reedición en papel, invita a generar versiones a cuatro manos junto a amigos creadores: Alberto Campo Baeza, Rafael Canogar…
Nuestro anfitrión ha mostrado siempre aversión a lo rutinario, y, pese a sus 85 años y los vaivenes de salud experimentados desde hace un par, se reconoce en un punto de inflexión. «Ambas exposiciones vienen a confirmarlo», me susurra. Como artista, reconoce, se ha gastado todo lo logrado como diseñador. Y ello ha dado pie a una de las carreras más fieles a sus propios principios. Qué razón tiene Astrud cuando dice que en España hay un hombre que hace de todo… Y lo que le queda.
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